viernes, 3 de enero de 2014

«Hubo un año en el que vendí la angula a 1.200 euros el kilo»

MERY MALVAREZ 43 AÑOS COMO PLACERA

Mery nos contó que "cualquier día
en la plaza, hay centollos más grandes
 que este". 
Foto de Marcos Míguez

La conocen como Aurora La Gitana, pero, ni se llama Aurora, ni es gitana. María de la Merced Malvarez Fernández (Maniños, Fene, 1954) es una de las pescantinas más veteranas de la coruñesa Plaza de Lugo, al frente del puesto n.º 1 desde hace 43 años. Dice que su esquina es «como la consulta del psicólogo» y no se quita los tacones ni para ir al Muro. «Total, con zapato plano se resbala igual». 

—¿A cuánto iba el marisco más caro que ha vendido nunca? 
—Hubo un año en el que vendí la angula a 1.200 euros el kilo. 

—¿Es la angula la reina de la Navidad? 
—No. Para mí las reinas de la mesa son la centolla y la almeja. Son lo que más rinde y no son lo más caro. 

—¿Qué es lo más caro en esta época del año, entonces? 
—El camarón y el percebe. También la cigala se encarece muchísimo en Navidad. 

—Percebe de Corme o de Cedeira. ¿Con cuál se queda? 
—Depende. La misma piedra, según la bata el mar, puede dar un tipo de percebe u otro. 

—Así que usted ya se conoce hasta los lados de las piedras. No me diga más. 
—Yo miro el percebe y no necesito que me digan de dónde   es. En el Muro hay que tenerlo muy claro porque, a lo mejor, hay diez vendedores ofreciendo su mercancía a la vez. 

—¿La clave es llegar el primero? 
—Por mucho que madrugue, siempre va a haber alguien que llegue antes que usted. Yo me levanto a las cinco y llego para la subasta, que es a las seis y diez. 

—¿Qué hay de cierto en eso de que el marisco sabe mejor en los meses con «r»? 
—Es que antes las vedas eran de octubre a marzo y, ahora, cada cofradía maneja los tiempos a su antojo. En verano, por el turismo, se abren más vedas. 

—¿Quiénes saben comprar mejor: los hombres, las mujeres o los restaurantes? 
—Los hombres se dejan aconsejar más. Las mujeres son más fieles al mismo puesto. 

—Y el que no sabe comprar, ya no va a la plaza, por miedo a que le engañen. 
—Me da mucha pena el tema del engaño, porque sí que lo hay. Que te cobren por una centolla vacía casi lo mismo que por una llena, eso es engaño. 

—Mientras, en las cetáreas se arremolina la gente. 
—Eso pasa desde que abrieron sus puertas al público minorista. Ahí entra el marisco de muchos lados. Yo trabajo solo con marisco gallego, pero hay muchísima importación. Sabemos lo que vendemos porque sabemos lo que compramos. 

—¿Cómo van las ventas? ¿Se nota un poco de alegría ya? 
—Sí, la gente está perdiendo el miedo a consumir. 

—Usted que puede escoger lo que le dé la gana, ¿qué marisco se lleva a casa en estas fiestas? 
—Mis preferidas son las cigalas a la plancha. Y me encantaría poder seguir permitiéndome comer, una vez al año por lo menos, 50 gramos de angulas. 

—Acláreme si es cierta esta leyenda urbana: ¿Los precios bajan a última hora de la mañana del sábado, cuando la plaza ya está a punto de cerrar? 
—Habrá quien lo haga. Yo no. Me parecería un timo y una deslealtad hacia las personas que van a primera hora. 

—¿Y qué hace con lo que sobra? 
—Hago bolsas y comemos todos. A última hora, a la plaza viene gente con mucha necesidad y siempre hay bolsas de pescado para todo el mundo. Es algo que no se conoce mucho. Yo esto lo veo cada semana. «Cualquier día hay centollos más grandes que estos». 

(Sigue...)



«Me gustaría dedicar esta entrevista a todos los que hoy nos faltan en la plaza de Lugo; como Pacucha, que le dio un derrame hace un año, pero está su hijo, que es la dulzura personificada». Mery Malvarez empieza a hablar de placeras históricas y de las nuevas generaciones. 

—Como sus dos hijas. 
—O como Chelito, una muchacha que tengo a la vista en la plaza. Tonteo mirando cómo limpia el pescado. Lo acaricia, lo mima. 

—¿Usted a qué edad empezó a trabajar? 
—Siendo muy niña. Mi madre compraba vieiras en Barallobre y las vendía en Ferrol. Cuando cumplí once años, me dejaba a mí en la playa con una báscula y una bolsa con dinero para comprar las almejas. A los dieciséis años, me puso a mí sola al frente de este puesto. Llevo 43 años en la plaza de Lugo. 

—¿Se habría dedicado a otra cosa, de poder elegir? 
—De pequeña soñaba con ser azafata de avión. Y podría haber sido abogada o psicóloga. 

—Cuenta que ya hace de psicóloga en el día a día. 
—¡Todo el rato! Allí para todo tipo de gente y no solo a comprar. Mi esquina es un aprendizaje continuo. Adoro la plaza de Lugo y adoro mi trabajo. 

—¿Diría que es eso lo mejor de su profesión? 
—Sí, pero también el dinerito que me aporta. No seamos cínicos. No me levanto a las cinco de la mañana porque me gusta hablar con la gente en una esquina de la plaza de Lugo (risas).