Corría el año 1978 cuando María Luz González Gómez (Villamarín, Ourense, 1945) se convirtió en examinadora de tráfico en A Coruña. Foto de César Quián |
—Sea sincera: ¿Disfrutaba suspendiendo?
—¡Qué vaaa...! Pero si yo era de las que más aprobaba. El 50 % lo sacaban a la primera.
—¿Es consciente de que, para algunos aspirantes, el examinador es una figura malévola que se recrea con sus fallos?
—Para nada. Eso no le pasa a ninguno de los examinadores de Tráfico con los que trabajé. Ni a mí, ni a ellos. ¡Pero si lo más fácil es aprobar!
—¿A usted nunca se le rebotó nadie tras darle un suspenso?
—Recuerdo a un chico de Ferrol que se me puso a gritar. Luego me enteré de que era esquizofrénico. Y algún portazo más tuve. Yo les decía: ‘Si no está de acuerdo, haga un escrito’.
—Pues hace tres años, a una compañera suya en A Coruña, la agredieron en serio.
—Sí, fue uno que la cogió por los pelos y la tiró al suelo. A mí nunca me pasó nada así.
—¿Y tampoco le ofrecían jamones para conseguir aprobados?
—¡Menudo descaro sería! No, no. Una señora me quiso dejar dinero metido dentro de un pañuelo, en el asiento de atrás. En el teórico también me llegaron a ofrecer algo alguna vez.