lunes, 9 de diciembre de 2013

María Luisa Suárez, costurera del Complexo Hospitalario de A Coruña (CHUAC): «Una de mis tareas consistía en hacer los sujetadores de las monjas del hospital»

Hasta que se jubiló el mes pasado, fue la trabajadora más veterana del complejo hospitalario coruñés 

«Los camisones abiertos son para la gente que está encamada o para ir a quirófano» 

Fotografía de Paco Rodríguez
Escribir que María Luisa Suárez García (Oseiro, Arteixo, 1949) se ha pasado el tiempo entre costuras es una obviedad pero, dado que confiesa estar «enganchada» a la historia de María Dueñas, empezamos por ahí. 

—¿Sabe que la adaptación de la novela a la tele ha disparado la venta de máquinas de coser? 
—No me extraña. Esa serie me encanta, estoy enganchada. 

—Usted tendrá más de una, ¿no? 
—En mi casa tengo la que me compró mi madre a los trece años, una Singer. Es la que siempre utilicé. Nunca fue a arreglar y cose de locura. En el hospital, pasé por tres máquinas distintas. La última fue una Refrey. 

—Así que no desconectaba del trabajo cuando llegaba a casa. 
—¡Qué vaaa! Yo cosía para mis hijos, para mis sobrinas... Abrigos y de todo. Los de marinerito, con los botones dorados, ¿sabe?

—Sí. ¿Los hacía usted? 
—Sí. También hice la ropa de mis hermanas. Y somos seis. 

—¿A qué edad empezó a coser? 
—Profesionalmente empecé a coser por las casas a los catorce años, para gente muy importante de A Coruña. A los 18 entré en el hospital. Era el año 1968. Me dejó la plaza una tía mía. 

—¿Y la cogieron así, sin más, o tuvo que pasar una prueba? 
—Tuve que pasar unas pruebas, claro. Se trataba de hacer una bata, un delantal y una cofia. 

—Una bata de médico. 
—No, una bata de pinche. La primera bata de médico que hice fue para el doctor Calderón, traumatólogo. Era muy conocido. Vivía encima del cine Equitativa. 

—¿Quién vestía mejor? ¿Había algún George Clooney por ahí? 
—Nunca tuve mucho tiempo para fijarme, ¡siempre anduve a cien por hora! Déjeme que piense... Era apuesto el doctor Pernas; y el doctor Bayo, también. 

—Así que lo primero que hizo fue una bata. ¿Y lo último? 
—Como estoy operada de las manos y de los ojos, últimamente me dejaban coser muy poco. Hacía pequeños arreglitos de ropa, porque viene todo de fábrica. 

—¿Cuál fue el uniforme más difícil de hacer? 
—Los hábitos de las monjas, pero nunca tuve que hacer ninguno. Una de mis funciones consistía en hacerles la ropa interior, los sujetadores, las cofias... 

—¿Les tomaba las medidas? 
—Lo hacía a ojo. Se lo probaban y, si no les servía, se arreglaba. 

—¿Cuánto tarda en coser un botón? 
—Un minuto. Y un ojal, tres minutos. Un dobladillo, depende. 

—¿Qué canta cuando cose? 
—No canto nada. Escucho la radio. Aquellas radionovelas de antes eran estupendas. 

—Terminada esta etapa, ¿se considera feliz? 
—Solo tengo palabras de agradecimiento para todos. Sobre todo para el señor Albaina, que era el administrador. Se portó como un padre conmigo. 

(Sigue)


—Dígame, ¿qué parte de culpa tiene usted en que el camisón de los pacientes sea tan horrible? 
—Esos camisones se hicieron para ir a quirófano. Los que había antes, acababan con unas costuras horribles porque los cirujanos les metían la tijera para abrirlos y luego había que coserlos. Aquello, más que costuras, parecían calles con curvas. 

—Entiendo que lo de llevar el culo al aire sea para facilitar las cosas a los médicos, pero seguro que hay otras maneras de hacerlo más digno. 
—Los camisones abiertos llegaron para la gente que está encamada o para la de quirófano. Pero también los hay cerrados con botones, ¿eh? Que conste que yo, siempre que estuve internada, llevé los míos. 

—Así que usted es inocente. 
—Lo soy. Desde que empezaron a venir de fábrica, yo solo tenía que ponerles un número, que era de un color diferente según la planta para la que fuesen destinados. 

—Cada planta iba asociada a un color, ¿para qué? 
—Para saber de dónde venía cada prenda. La primera planta tenía el color marrón; la segunda, el azul; la tercera, el rojo; la cuarta, el verde; y la quinta, el lila. La sexta era la de los internos. 

—¿A usted no la crujen a encargos en carnavales? 
—Sí, pero eso siempre me gustó. Yo misma me he disfrazado cada año junto a mi marido. He ido de Mucha e Nucha, de Astérix y Obélix... Con motivo de la jubilación, me hicieron un álbum con todos mis disfraces.