Mariluz Canal, fotografiada por Paco Rodríguez para La Voz |
—Usted fue la primera mujer que, como abogada de oficio, pisó una comisaría en la ciudad. Por entonces se hacía raro que una chica estuviera en una guardia del turno de oficio.
—Sí. Fue en 1978 y hasta salió el jefe superior de Policía a felicitarme. Me acuerdo del consejo que me dieron en el despacho: «Estudia mucho porque si un hombre tiene un mal día, es un mal día; pero si tú tienes un mal día, eres una burra».
—Ese era el contexto.
—Al principio era todo muy paternalista. Les preocupaba que fuera sola a ver a un detenido.
—¿Cómo fue la primera vez que visitó la cárcel?
—Todavía estaba allí el garrote vil. A mí me cambió la escala de valores. Te das cuenta de que muchas personas están en prisión porque no han tenido otras oportunidades.
—Cuando llega a su despacho el crimen de la maleta —el del niño que Pilar Mazaira mató y facturó para Madrid en 1992— usted ya es una experta penalista. ¿Fue el caso más importante que le ha tocado llevar en su carrera?
—Fue el más mediático. Yo recibí hasta guiones de televisión sobre lo ocurrido. Todavía los tengo metidos en un cajón.
—Ni que estuviera hablando del caso Asunta.
—Con el crimen de la maleta se produjo un juicio paralelo en la sociedad. Hubo un amarillismo tremendo y eso desgasta.
—¿Y cómo le desgastó la defensa de Liñares, uno de los principales imputados en la Operación Pokémon? Ahora ya no lo lleva.
—No, cuando salió en libertad cambió de abogado. Como nunca lo hice mediático, lo llevo bien. Yo nunca he hablado de mis asuntos profesionales. Los demás compañeros, que hagan lo que vean. A mí me choca cómo se llevan algunos asuntos desde el punto de vista judicial. Si un sumario está secreto, no puede haber filtraciones.
—¿Cuál fue el caso que más le impactó?
—El crimen de los Tilos, el del profesor que había matado a su mujer. Fue mi primer contacto con la locura, una realidad que yo no conocía.
—¿Difiere mucho de lo de ahora?
—La delincuencia cambió bastante. Cuando empecé no había drogadictos, pero sí gente marginada por cuestiones económicas. Defendí a un chico que era oligofrénico, pero nadie se había dado cuenta de ello hasta que lo vi en el cuarto de detenidos. No tenía que estar ahí, sino tutelado por el Estado. ¿Qué falló en esa cadena para que nadie se hubiera dado cuenta antes?
—¿Cómo fue su primer juicio?
—Era un señor que había robado en una frutería. En el juzgado me plantearon un acuerdo, así que mi único papel, después de haber estudiado tanto, fue contestar a una sola pregunta: «¿La letrada tiene algo que añadir?». Y dije: «No». [Risas] Madre mía, eso fue todo. Una sola palabra.